domingo, 24 de junio de 2012

Kate Morton - Las horas distantes

Resulta realmente difícil tomar perspectiva ante un libro como «Las horas distantes». La constante búsqueda de giros espectaculares al final de cada capítulo, los ocasionales problemas de ritmo, lo forzado de la trama en ciertos puntos y el estilo narrativo más bien plano remiten directamente a literatura más trivial y perecedera. Y, sin embargo, la curiosa integración de la literatura en el libro, la renovación del novelón victoriano con todas sus consecuencias y varios personajes y escenas sencillamente inolvidables convierten a este libro en toda una experiencia que, si lleva bien el paso de los años, podría convertirse en un clásico.



«Las horas distantes» es, ante todo, una novela romántica, aunque el tratamiento y el ritmo recuerden más a los libros de intriga policiaca. Una vez superadas las primeras páginas y, tras un par de notables baches que invitan seriamente a abandonar la novela, el libro se convierte en un túnel asfixiante pero adictivo que cuesta abandonar antes de llegar a la luz al final. A pesar de su carácter de novela de amor, tal vez los sentimientos mejor descritos en este libro no son necesariamente los románticos, la descripción de las complejas relaciones de amor entre familiares y amigos acaban siendo mucho más convincente y reconfortante que las inevitables relaciones sentimentales, a pesar de algunos brillantes hallazgos en este sentido.

Las cosas no son lo que parecen, se podría resumir el espíritu de este libro, pero dicha afirmación no debe tomarse siempre en un sentido negativo, porque si bien la gente de vez en cuando nos decepciona, esta novela se centra en el aspecto más luminoso, en los sacrificios y las auténticas historias de amor que pueden esconder una pareja banal, un amigo olvidado o una madre indiferente.

Decididamente no es un libro para todos los públicos y, quien no soporte la literatura romántica, debería abstenerse de comenzar este libro, pero para todos quienes lamentan que ya no se escriban libros como «Orgullo y prejuicio», este libro puede ser una grata sorpresa.

jueves, 31 de mayo de 2012

Dean Koontz - Medianoche

«Medianoche» comienza con una encantadora persecución por la playa, en la que el terror resulta tan ochentero que hace pensar que el resto de la lectura será igualmente agradable y poco aterrador. Cuando unas páginas más adelante el protagonista se nos presenta diciendo que solo tiene tres motivos para vivir, a saber, la comida mexicana, la cerveza negra y Goldie Hawn, estas sospechas parecen confirmarse. Pero como en una montaña rusa, este comienzo es solo la breve calma que precede a la auténtica tempestad de terror que nos espera más adelante. Cuando el autor tiene el mal gusto de introducirnos en la mente del monstruo y logra que, a pesar de la repulsión que inspira, también resulte conmovedora su desesperación, empiezas a darte cuenta de que tal vez no se trate de un libro tan ingenuo como pensabas.



A partir de ese momento, la historia se acelera bajo el opresivo y claustrofóbico ambiente de la enloquecida ciudad de provincias donde se desarrolla. No hay apenas resorte de terror al que no se recurra en una historia que, a pesar de los clichés a los que se atiene, transmite una estremecedora sensación de desaliento. El terror por el terror, parece ser el lema de este libro en el que los deseos y los miedos se funden demostrando que, una vez más, un libro no necesita ninguna imagen para emocionar más que la mayoría de las películas.

domingo, 4 de marzo de 2012

David Leavitt - En Maremma


«En Maremma» cuenta las aventuras de una pareja gay (ambos escritores, uno de ellos el autor de «El lenguaje perdido de las grúas») que deciden irse a vivir al sur de la Toscana. Más que una historia propiamente dicha, el libro nos presenta una serie de postales ordenadas más o menos cronológicamente que cuentan diversos aspectos de sus experiencias: la elección de la casa, su amistad con los propietarios de un restaurante cercano, una visita a una feria en un pueblo cercano... historias interesantes y, en ocasiones hasta divertidas, que se beben más que leerse.

A pesar de ser verdaderamente entretenido, es inevitable preguntarse hasta qué punto la Italia que se refleja en este libro es fiel a la realidad. El retrato que hace de los italianos, a los que describe como pasionales, orgullosos, caóticos y ligeramente primitivos, resulta excesivamente superficial. Resulta curioso que en este tipo de literatura, los escritores que describen sus experiencias siempre viajan desde metrópolis de países supuestamente avanzados hasta paisajes rurales de países supuestamente menos desarrollados. En realidad, si hubieran elegido destinos menos rurales y más urbanos, probablemente hubieran encontrado un estilo de vida y unas costumbres mucho más parecidas a las de su lugar de origen. Si se piensa un poco, el choque cultural entre Los Ángeles y Maremma no debe de ser tan diferente al que se encontraría alguien que viajara desde Los Ángeles hasta un pueblecito rural de la Ámerica profunda. Sin embargo, hay algo en el emigrar a otro país que consigue que uno aprecie el encanto de la vida rural de una manera que resulta imposible en el propio país, donde las costumbres parecidas se consideran sencillamente provincianas y se rechazan. Tal vez sea la magia de esa barrera lingüística y cultural, que no solo consigue que amemos algo, sino también logra que ese algo nos ame, o tal vez sea que  las cosas que nos son cercanas acaban perdiendo su esencia y debemos viajar lo más lejos posible para recuperarla.

Esta falta de originalidad y perspectiva lastra considerablemente el libro, que acaba no siendo más que la enésima reinvención de «Mi familia y otros animales» con todo lo bueno y lo malo que eso supone. Ya va siendo hora de que un urbanita moderno de cualquiera de esos países tan exóticos nos cuente las maravillas de la vida rural del primer mundo. Para variar.